jueves, 4 de noviembre de 2010

PARA UNA HETERODOXIA DE LOS VALORES

PRESENTACIÓN
La moral se nos presenta como reguladora de relaciones como careta, como simulacro para una práctica del “buen vivir”. En este trabajo se me permito la oportunidad de abordar todas mis inquietudes en relación al tema, esperando no caer exclusivamente en lo anecdótico ni en lo libresco.

Los valores se viven no se estudian. Uno de los conceptos que últimamente aparece en mis reflexiones de este orden es el del equilibrio; presencia cada vez más incómoda, puesto que en una vivencia sincera de los valores se percibe la emergencia amenazante del antivalor; ya que los valores son un conjunto de facultades del espíritu y, como tales se ven cada vez más, sometidas a examen de consistencia.

Por otro lado, los moralistas de todas las épocas no han sabido ser congruentes. En este aspecto Jesucristo, Sócrates, Gandhi son sólo pulsaciones temerarias.
Para una heterodoxia de los valores, no es un título de pretensiones inalcanzables, muy por el contrario, resume un cúmulo de acercamientos al antivalor, a la búsqueda del equilibrio, excesivamente acuciante en esta época de mis pensamientos.

Seguramente estoy tocando la temática de manera un tanto vertiginosa (pero sincera), generada por la naturaleza de este trabajo. Sin embargo, los referentes en que me apoyo son de una variedad y veracidad sorprendente (quizás más lo segundo que lo primero), que casi nunca (eso espero, en ello creo) se han usado para demostrar lo que se pretende en estas líneas.

El código de advertencia de la historia propende hacia la “rentabilidad” de la imposición de valores, por ejemplo hacer de la justicia una mercancía más, sometida a la ley de la oferta y la demanda. Desde este punto de vista me encuentro más cómodo para tratar las ideas que en este trabajo se exponen.

Ajeno a las manipulaciones de cualquier orden no sólo expongo apreciaciones muy bien pensadas, sino que las sostengo. Me adhiero a las ideas de Salvador Pàniker, que en su libro Acerca del origen, habla de la gobernación contemporánea del antivalor. Algunas conclusiones algo parecidas se pueden encontrar en Fernando Savater.

Para una heterodoxia de los valores, no es simplemente el terreno discursivo, en el que se requiere probar la pertinencia o no de tal o cual estilo, no, es (o significa) la oportunidad de hacer mas objetivas algunas meditaciones y platicas que al respecto hemos tenido en cursos, talleres y coloquios pedagógicos, por el impacto que ello tiene en ese ámbito cultural; además de que conlleva toda una superestructura ideológica que pretendemos desmadejar, objetivo que seguramente no será logrado en tan breve texto.

Conceptualizar el vocablo valor, desde la perspectiva de la economía marxista nos arroja otro término, mercancía. Me atrevo a asegurar que para los grupos corporativos, financieros, somos solo eso. Una mercancía cuya depreciación ellos mismos favorecen, con el concurso de nuestras ingenuas concesiones, incluso ya están fabricándose personas en serie con una moralidad obstaculizada. Se ahondará sobre esto en las conclusiones.



PARA UNA HETERODOXIA DE LOS VALORES

En una conceptualización valida de los valores siempre estará presente la correlativa repercusión de los actos en la vida humana. Si los valores valen por sí mismos podemos entonces prescindir de ellos (como sucede actualmente). Podemos continuar instalados en el cómodo territorio de las apariencias (que ciertamente es una forma de disfrazar las verdaderas intenciones y motivaciones de todos nuestros actos)

Por tanto, un concepto de valor implica una revisión de ideas y pensamientos esgrimidos por filósofos, economistas, teólogos, moralistas, etc.; que nunca será inútil para otorgar un marco de referencia a este trabajo, que no pretende ser exhaustivo ni sobretodo concluyente, ya que este es un tema de nunca acabar. La verdad de un concepto no puede ser unilateral, es decir, quedarse solo en palabra, debe de implicar una acción, un hecho.

Por ello la moral es, “cualidad de las acciones humanas”, como lo define el diccionario didáctico de español avanzado. A mi modo de ver y, en base a la bibliografía revisada, los valores son universales, su aplicación es individual, pero su ejemplificación y repercusiones atañen a toda una sociedad determinada. Es por ello que se va transformando la manera de entenderlos y su aplicación.

Los valores devienen desde una perspectiva económica (mercancía, fuerza de trabajo y tiempo que se requiere para producirla) hasta una ética (no son los bienes si no los de las personas y sus actos) y así podría marcarse o “historiometrarse” (en palabras de Howard Gardner) un “progreso moral”.

Sin embargo, nuestra época, debido a la brutal bursatilización de las relaciones humanas, ha producido una fenomenal “vuelta de tuerca” y nos ha puesto (desguarnecidos de toda subjetividad) frente a valores mercantiles, tales como: competitividad, eficacia, eficiencia, rentabilidad, economicidad, etc.; términos que, si la brevedad de espacio, tiempo e inteligencia me lo permiten, habré de abordar con un poco de más detenimiento y profundidad en el apartado de las conclusiones.

El problema de la definición y entronización de los valores estriba en que, se parte de intereses de grupos cada vez más reducidos, por lo tanto son universales por autoritarismo (ya que refuerzan el dominio de esos intereses). Posteriormente a la globalización, el punto de partida se encuentra en los intereses secularmente mercantiles de los grandes capitales mundiales (formados por unos cuantos empresarios) poseedores del suficiente poder para manipular creencias, costumbres, valores, pedagogías, proyectos educativos) y encausarlos hacia el consumismo. Hoy día hasta la personalidad es desechable. Pues se han fabricado ya, mascaras para cualquier situación.

Pensar en una historia de la moral implicaría un exhaustivo escrutinio de las aberraciones humanas, posiblemente desde Caín hasta la paulatina destrucción del planeta; involucraríamos a la ciencia, revisando sus mas inútiles y funestas aplicaciones; nos detendríamos en Marx, hito del siglo XX, quien con la “unidad y lucha de los contrarios” ha desatado las mas nefastas personificaciones de antivalores como: autoritarismo, intolerancia, fundamentalismo, totalitarismo, nazismo, fascismo, dogmatismo etc., ¡oh absurdo, de los absurdos!, acelerando la ferocidad del Capitalismo.

La temprana edad de la conciencia moral, aun a pesar de que ya los griegos (metidos, como siempre en todo, específicamente Platón que propone, “los puestos de mando los lleven los mejores de la sociedad, es decir los más sabios” y Aristóteles, “la justicia como igualdad proporcional”.
Dar a cada uno lo que es suyo o lo que corresponde, no importando que verdad, sabiduría, belleza y bondad se igualen, mientras que los hombres observen y se guíen por estos bienes espirituales), es porque el hombre se ha detenido mucho a pensar en y poco a sentir, los valores por lo que la evolución de la conciencia moral no va a la par de otras evoluciones, parodiando a Jack Dellors, hay que modernizar también las conciencias. Este sería el augurio esperanzador de este siglo.

Ya que el hombre tiende siempre a la trascendencia, nos enredemos en la utopía de desmaterializar un poco las relaciones humanas más significativas. Para que “el hombre valga entonces por lo que valen sus valores y la manera en como los vive”.

En un mundo acostumbrado a las taxonomías, también los valores poseen una jerarquía. Personalmente no concibo que haya algunos valores más importantes que otros; sin embargo, para este trabajo me atendré a la clasificación que P. Thomas Williams, en Construyendo sobre roca firme hace de los valores.

De estos valores existen cuatro categorías:

1) Valores biológicos o sensitivos (no son exclusivamente humanos): salud, placer, belleza física, etc.

2) Valores humanos infra morales, (son específicamente humanos): intereses intelectuales, musicales, artísticos, sociales y estéticos.

3) Valores humanos, (tiene que ver con el uso de nuestra libertad): honestidad, bondad, justicia, autenticidad, solidaridad, sinceridad y misericordia.

4) Hay todavía un cuarto nivel de valores, son los valores religiosos.
Juntos estos valores (derivados de justicia y bien, que son los valores fundamentales o básicos) forman una solida estructura que constituye la personalidad de un hombre completo.

De esta clasificación claramente podemos apreciar y entresacar, para un necesario análisis aquellos que son los auténticos valores morales y los que pertenecen a otra especie, aun cuando su finalidad se identifique de alguna manera.

Todos son auténticos en sí, puesto que en su conjunto buscan o persiguen el perfeccionamiento del ser humano en toda su integralidad, distinguir en esta clasificación de los valores, cuales son los estrictamente morales, es fácil.

Ya que son aquellos, “que perfeccionan al hombre en lo más estrictamente humano”, como ejemplo, podemos mencionar, la honestidad, la misericordia, etc., y los valores considerados no estrictamente morales o “infra morales”, como los denomina P. Thomas Williams, tienen que ver con el desarrollo de nuestra naturaleza, de nuestros talentos y cualidades. Separamos verdad y estética, aun a pesar de lo dicho por John Keats, “la belleza es verdad y la verdad es belleza”.

En la esfera de los valores humanos se ha descubierto que se requiere un equilibrio, que el efecto de los valores en la persona humana debe ser saludable; sin embargo, se plantea la amenaza, a nivel social, que este equilibrio sólo se pueda lograr mediante la aparición del antivalor. Verbigracia, en la época de la guerra fría la latente presencia, de un mejor y más letal armamento hacía de la paz la añoranza más urgente.

En nuestro momento y entorno el desmedido materialismo, la grosera mecanización de todas las actividades humanas, crea la imperiosa necesidad de una espiritualidad que ayude a detener el ansia desmedida de posesiones y otros tantos males contemporáneos.

Aquí se aprecia la doble cara de la moral.

Que los valores universales formen parte de todo sistema pedagógico no es garantía de bienestar moral, ya que los consorcios publicitan la internalización de antivalores como el lujo, fomentan la desechabilidad, producen lo temporal, lo que pronto se deteriora, para estar dando siempre vueltas a la noria del consumismo.

Atrapados como estamos en la competitividad, deshilachando nuestros sentimientos en el culto a la apariencia, no vemos que la diferencia entre los valores de las cosas y los valores de la conciencia se estrecha cada vez mas y tal diferenciación es imprescindible para evitar o, cuando menos detener lo que se ha dado en llamar, “las crisis de los valores”.







CONCLUSIÓN

“El propósito de la educación moral es
lograr que las personas quieran
hacer lo que deben hacer”
Howard Gardner.


En muchos aspectos la más alta aspiración de lo educativo es la adquisición de ciertos valores (utilizo, cierto en el sentido de certeza), de probada eficacia, muy a pesar de que la más alta aspiración de los grupos dirigentes en una sociedad, es la de obtener cada vez más sustanciosos beneficios y de que (y es el colmo) se autodesignen como adjudicadores de la aprobación a los valores que les conviene promover, negocio redondo. Esto tiene mucho que ver en la depreciación de la moralidad.

Me imagino un conclave de consorcios financieros, que ante el pase de lista de los valores morales, van vitoreando al valor que se acomoda más a su conveniencia.

La fermentación del anti valor lo provocan ingredientes tan diversos como la verbigracia, la inmisericordia, la pornografía explicita e implícita, la competitividad, el deseo de la injusticia económica, la malicia, la depreciación de la persona, el culto a la moda, a la vanidad y a las apariencias, la bestialización de la conciencia, la paupeyada integridad de la mente, seguida toda esta lista, de un largo larguísimo etcétera.

Para la implantación de los valores a conveniencia de los grupos de poder, se invento, perfecciono y mundializo la publicidad. Esa es la trama de la película de nuestra vida contemporánea. De gracias a que nosotros creemos ser los directores.

La perdida de la autonomía es una catástrofe sin precedentes en la vida del espíritu. La cosificación, lograda vía la televisión en contubernio con la pedagogía de la reproducción, se nos presenta en toda su crudeza vestida d toda clase de subterfugios tan sutiles, que siempre pasan desapercibidos, nunca había sido denigrado a tal grado el ser humano, en eras del bienestar y el progreso. Un mundo de fantasía se superpone, se impone al mundo real. Y en esto juegan un papel importantísimo valores y antivalores.

El eje de organización de la vida social es la apariencia, que del brazo de la conveniencia nos dan los más excelsos modelos de urbanidad. La lucha ya no impregnada (es entre el bien y el mal, nacemos y morimos con ella) sino entre la falsedad y lo autentico, que es vituperado hasta por nosotros mismos.


Profr. Vicente Enrique Ramos Martínez.

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